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Schrader, audiencias y nostalgia

Schrader, Isaac - The Card Counter

Llevo un tiempo pensando en lo que dijo Paul Schrader en una entrevista con motivo del estreno de First Reformed en 2018. Básicamente, que las audiencias le habían dado la espalda al cine adulto:

Schrader explicó que en el apogeo del Nuevo Hollywood había un equilibrio entre el público que quería que las películas exploraran y se comprometieran con los temas sociales y políticos del momento y las películas que ofrecían al público precisamente eso. “Mucho de lo que ocurría en el mundo tenía a la gente consternada: los derechos de la mujer, los derechos de los homosexuales, la liberación sexual, la liberación de las drogas, la lucha contra la guerra”, dijo Schrader. “Todas estas cosas estaban unas encima de otras y la gente recurría a las artes, concretamente al cine, para saber qué debíamos sentir al respecto…”. ‘Bob & Carol & Ted & Alice’ (1969) sobre el intercambio de esposas, y ‘Coming Home’ (1978) sobre los veteranos de Vietnam, ‘An Unmarried Woman’ (1978) sobre la liberación femenina”.

Culpar a la audiencia no suele ser una buena idea, pero si miramos los números, parece clara la tendencia. Aún así, en el capítulo de The problem with Jon Stewart dedicado a los medios de comunicación,  se hablaba de los informes minuto a minuto que reciben las cadenas de noticias y como en base a ello afecta a qué noticias se le da más cobertura. Stewart recuerda que, en los inicios de The Daily Show, le pedían incluir contenido más “popular” para la audiencia. Él pidió poder hacer el programa basado en lo que ellos querían y creían, y el resultado como se suele decir es historia:  The Daily Show acabó encontrando a su audiencia.

Yo creo que algo se le escapa a Paul Schrader (que dicho sea de paso, es un señor que se atrevió en el 2018 a sacar a colación la corrección política en la mesa de guionistas de The Hollywood Reporter …  compuesta de 6 personas blancas y una sola mujer). Yendo más allá de otros análisis de gente obviamente mucho más capacitada que yo, me voy a centrar en un punto concreto: la conciencia colectiva de aquella época. Yo no viví en, sino que nací en, los 70 así que lo que sé de aquella época es tanto por las películas que se hicieron entonces, como por el tipo de nostalgia vista en películas recientes como The Post (Steven Spielberg, 2017) o The trial of the Chicago 7 (Aaron Sorkin, 2020). Tengo la sensación que, por aquel entonces, había una cierta esperanza en que al exponer temas  y poner al descubierto corrupciones políticas por el periodismo de la época, y aprovechado por la industria del entretenimiento, las cosas podían cambiar. Han pasado 40 años y ya sabemos que, al 1% manejando los hilos de esos representantes políticos en quienes nos cagamos cada día, le da igual ser expuesto porque, como mucho, cambiarán algún nombre por otro que servirá a lo mismo.

Inevitablemente esto ha dado paso al cinismo, al desahogo en redes sociales, a la falta de esperanza, etc., unido también a una creciente falta de atención, fruto probablemente de una combinación entre tener el mundo a golpe de swipe up y una cantidad inabarcable de contenido. El antiguo zapping ha sido sustituido por zambullirnos horas en el catálogo de Netflix intentando elegir qué ver, que en el fondo es lo mismo pero no se le llama igual. Así que al final, cuando se va al cine, es en busca de refugio (ya, ya sé que todos no nos refugiamos en lo mismo, pero los números indican que lo hace) viendo una y otra vez lo mismo, por muy pálido reflejo que sea de antaño, lleve dinosaurios, cazafantasmas o sables láser.

De ahí que a la mínima que se intente hacer algo diferente, una gran o tan solo muy escandalosa parte de fans monte en cólera. Y el problema no es ese, sino que a ellos se acabe claudicando, visto el resultado de las últimas partes de las dos nombradas franquicias.
Ya escribí sobre la de la saga galáctica, y no es que la Cazafantasmas del ’84, sea recordada como una obra maestra (Nacho Vigalondo le dedicó un hilo no hace demasiado) pero le tengo el suficiente cariño como para que, aparte de tener un Marshmallow adornando mi estantería, no sea decepcionante ver lo que Ghostbusters: Afterlife gustó a los espectadores. Parece que les dio igual ver una simple checklist hecha película,  embadurnada además con una tirando a grosera manipulación emocional. Sin embargo, un trabajo inteligente como es Matrix Resurrections, que dinamita la nostalgia y al negocio que se hace sobre ella, con autoconsciencia sobre sí misma en cuanto a la imposibilidad de superar lo icónico de sus predecesoras, y con la paradoja de abogar sobre nuevas creaciones desde dentro de una saga…  se saldó con absoluta indiferencia de crítica y público.

Apunta Felipe Rodríguez Torres en el número de abril de Caimán al final de su artículo “The Batman y las múltiples caras de la nostalgia” lo siguiente:

Obras, personajes y conceptos que eran verdaderos hijos de su tiempo – los Estados Unidos de Ronald Reagan – y que sirvieron para que la generación infantil y juvenil de los ’70 y ’80 tuvieran una iconografía propia y ajena a la de sus padres. En cambio, la generación de siglo XXI sigue enfervorecidamente los iconos de estos, algo casi antinatural. ¿Cómo evolucionar como sociedad si se sigue mirando de manera acrítica y cuasireligiosa a un pasado que no es ese supuesto paraíso perdido que evoca la traicionera memoria?

Al final ¿le estoy dando la razón a Paul Schrader? Hay datos para la esperanza: de esta última temporada de premios, la finalmente ganadora del Oscar CODA (Siân Heder) había recaudado antes de la ceremonia la mitad que Drive my car (Ryusuke Hamaguchi). Y después del galardón, menos que Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson). Más allá del poco futuro económico que les veo a supuestos crowdpleasers (que por muy inclusivos que sean, parecen destinados a ocupar la parrilla de televisiones locales las tardes de fin de semana), también cabe alegrarse por el cine de autor.

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