Por resumir un poco la situación, en los planos finales de The Last Jedi (Ryan Johnson, 2017) y la actual The Rise of Skywalker (J.J. Abrams, 2019) se halla un perfecto compendio de lo que han significado los dos últimos capítulos de la saga galáctica. En la primera, destruyendo la idea del linaje y la herencia del poder de la Fuerza como centro de la space opera, un niño desconocido mira las estrellas con el anillo de la Resistencia y una escoba a modo de sable, que ha cogido haciendo un casi imperceptible uso de la Fuerza. En la presente, la silueta de Rey y BB-8 de espaldas frente a la doble puesta de sol de Tatooine, replicando a la ya mítica de Luke Skywalker.
Si The Force Awakens (J.J. Abrams, 2015) proponía unir los puntos de las anteriores sagas con personajes nuevos de mano de los antiguos, en una trama repleta de guiños que a su vez seguía el esquema de Star Wars (George Lucas, 1977), el paso adelante que significaba el siguiente episodio se materializaba a cada minuto del metraje. Rian Johnson les dio a los protagonistas su propio camino y mitología fuera de los remedos del trío original de los que parecían hechos. Aún con sus defectos, The Last Jedi se elevaba gracias a su poderío visual (la batalla de Rey y Kylo en la habitación roja de Snoke, el sacrificio enmudecido de Holdo o la batalla de Crait con los deslizadores sobre suelo que parece sangrar), sus renovadoras ideas y su mensaje a favor de terminar con la nostalgia y acabar con lo antiguo (tanto con las enseñanzas de Yoda y los planes de Kylo Ren, como por convertir a secundarias en heroínas que no se las dan de ello y que ponen en su sitio a los héroes, de Holdo a Poe, o de Rose a Finn), además de un sentido del humor que quitaba la losa recargadamente dramática a los caminos de la Fuerza. Parte de eso fue lo que no les gustó a algunos fans que hubieran preferido más seriedad, y/o más de lo mismo, aunque para eso bastase volver a ponerse los DVD en su propia casa, pero en palabras de Yoda, “sobrepasar a los maestros” es lo que materializó Johnson, consiguiendo el mismo efecto en ese plano final con algo nuevo, pero sin clonarlo.
Un paso adelante… y dos atrás. J.J. Abrams se vuelve a poner al frente para esta tercera parte de la trilogía, un paso sobre seguro de la compañía después del fiasco de Solo (Ron Howard, 2018) y el enfado de una parte de los fans con The Last Jedi. Apelando al fanservice más barato y a la nostalgia, este Ascenso se siente caduco y muy visto. No ayuda una trama en que utilizando un símil futbolístico, parece una patada al balón desde la portería y allí en el área (o planeta) en el que caiga, ya se improvisa algo. Da la sensación de que la trama avanza a base de hacer correr a los protagonistas de un lado a otro, entre la existencia de varios errores y decisiones entre los que es difícil elegir cuál es peor. No voy siquiera a entrar en lo de Carrie Fisher que tarea bastante difícil e ingrata era, pero la lista es larga : ¿los giros inverosímiles o previsibles que no llevan a nada, como el de Chewbacca o Zorii? ¿el hecho de que todo el mundo sabía quién era Rey?¿”Yo soy el espía”? ¿Lo de Lando y Jarrah? ¿que a Rose se la haya relegado a tener menos papel que a personajes nuevos… sin nombre? Pondría más que son spoilers pero en fin, que hay para elegir. Quizá lo que queda para el recuerdo es el camino de Ben Solo, en el que no poco que ver tienen los recitales de Adam Driver durante las tres entregas, capaz de darle matices a su personaje mucho más allá del guión. En todo caso, sabe a poco lo que nos ofrece El Ascenso de Skywalker como broche a la trilogía, especialmente después de haber saboreado otro camino más novedoso, en una entrega que conseguía distinguirse a sí misma por méritos propios.