No he podido evitar, al afrontar la crónica de la 6ª edición del Festival Americana, acordarme del texto de nuestro Xavier Montoriol en el que, tomando como base el ranking del año en Muelle5, hablaba de una tendencia a una nueva sensibilidad en el cine actual, después de un predominio festivalero de pesos pesados en la línea de por ejemplo Haneke, con por ejemplo el americano movimiento New Sincerity.
Así, encontramos en Support the girls (Andrew Bujalski, 2018) un producto amable y ligero, en la apropiación de la patriarcal imposición a las mujeres del “smile”, puesto en el ojo de mira en estos días ya en productos mainstream (desde Jessica Jones a Capitana Marvel). En un bar de temática deportiva con clientela predominantemente masculina, donde las camareras tienen como norma principal el “No drama” impuesta por el propietario, además de uniformes que dejan poco a la imaginación, éstas utilizan esa norma como una impuesta distancia para poder afrontar el día a día. Con el humor como arma aliada para tal propósito, la película aplica esta ligereza al tono general de la película, tanto en las reacciones a machistas actitudes vistas en el bar, como con una trama de violencia de género que no se muestra más que en su frustrante (tanto para el espectador como para la protagonista encarnada por Regina Hall) desenlace, donde la mujer perdona al hombre y vuelve con él. La carga acumulada y la rabia se vuelven catarsis compartida, en la escena final donde las protagonistas le gritan al mundo, al viento y a nadie, desde una azotea.

Tyrel
Con más o menos acierto, cuatro películas nos han intentado hacer vivir la experiencia vital de sus protagonistas. En Tyrel (Sebastián Silva, 2018) esto se convierte en un ejercicio empático de magnitud, donde el espectador se convierte en receptor de la experiencia del protagonista Tyler, que se encuentra en una fiesta de fin de semana como el único participante de raza negra. Los comentarios inconscientemente (por cotidianos) racistas de quien no tiene que vivir la carga en su día a día (como vivimos por ejemplo muchas mujeres los comentarios y bromas de quien considera el tema una simple conversación más, porque no les afecta diariamente), convierten a Tyler en un ser amenazado, intentando adaptarse e integrarse sin mucho éxito. La dirección consigue que esa sensación no se quede en el reflejo de una paranoia sin base que la sustente, sino que el espectador siente y experimenta esa incomodidad y tensión durante todo el metraje, esperando con ansiedad un momento de estallido que nunca llega.
Sin embargo, en Madeline’s Madeline (Josephine Decker, 2018) a pesar de que también intenta transmitirnos el trastornado estado mental de la protagonista con un estilo visual efectista que pretende ser perturbador, no llega nunca a conectar con el espectador. Se critica el abuso en el acto creativo a través de una directora de teatro que empuja a la protagonista a trasplantar su mundo interior y personal en su obra, pero las oníricas conexiones del trabajo teatral con la realidad son demasiado erráticas e irregulares para no acabar agotando. Asimismo, tenemos a otro ejemplo de comunión del estilo visual con el temperamento de la protagonista en Her Smell (Alex Ross Perry), un trasunto de Courtney Love con una salvaje interpretación de Elisabeth Moss, que se convierte en el único aliciente de la película. La enésima historia de auge, caída y redención de una estrella del rock, narrando en tiempo presente el descenso a los infiernos en esquizofrénica composición, así como los flashbacks del auge, que se visualizan en agitados vídeos caseros; pero la redención consiste en un ejercicio de emotividad tan forzado que, con decir que el highlight de esta parte consiste en un cover del Heaven de Bryan Adams al piano, creo que ya está todo dicho.

Leave No Trace
Debra Granik, después de Winter’s bone (2010) nos trae en Leave no trace (2018) otra historia de supervivencia con joven protagonista femenina, esta vez en una relación familiar que es el corazón y motor de la película. El personaje de Ben Forster, veterano de guerra con Trastorno de estrés post-traumático, vive con su hija en los bosques, ajeno a las normas y convenciones sociales, en pacífico aislamiento. En el momento en que las autoridades los encuentran, Tom (Thomasin McKenzie) prueba otra forma de vivir en comunidad, en la que acaba sintiéndose a gusto. El ritmo deliberadamente lento para desarrollar la relación padre/hija, el contraste entre la apacibilidad de los bosques y la grisacea maquinaria de la ciudad, en forma por ejemplo de amenazadores helicópteros, y sin juzgar las decisiones de ninguno de los personajes, Granik ofrece la perspectiva de los dos protagonistas a la vez entendiéndolos y confrontándolos sin que ninguno se superponga al otro.
El festival también nos trajo cintas que nos ofrecieron cambios de perspectiva respecto a lo que estamos acostumbrados. La historia de crisis de un matrimonio desde el punto de vista del hijo, es los que nos ofrece el debut de Paul Dano en la dirección. Wildlife, escrita por Dano y Zoe Kazan, relata dos huidas: la de una mujer (magnífica Carey Mulligan) hacia adelante, a la desesperada, cuando su marido decide hacerlo de la responsabilidad y la presión de ser un padre de familia sin trabajo en los ’50. Entremedias, un hijo más adulto que sus progenitores, observándoles desde la distancia, viendo cómo todo se desmorona a su alrededor. El tono de la película, a ratos depresivo como el túnel en el que entra el padre de familia encarnado por Jake Gyllenhaal, está muy conseguido, y el balancear las pocas simpatías que despierta el matrimonio, sin cargar las tintas en ninguno de los dos es ejemplar. Dano pues, canaliza la madurez del personaje de un sensible Ed Oxenfould (qué poco trabajo cuesta imaginárselo en ese papel de más joven) pero la distancia autoimpuesta resulta algo fría y con un ritmo algo irregular. Con todo un más que estimable debut.

Wildlife
Damsel, de los hermanos Zellner, nos lleva a los albores del Oeste americano en una irregular historia que avanza a trompicones y sin ritmo después de una potente primera parte, liderada por un divertido Pattinson. Cuando un giro nos promete un cambio en los roles de género, éste por desgracia, no acaba de funcionar nunca más allá de la sorpresa. El enérgico, sobre el papel, personaje de Mia Wasikowska, no funciona debido al poco trasfondo que se nos da de ella, más allá de estar entre dos hombres (al que ama y al que odia), y no se nos cuenta tampoco nada desde su perspectiva, más bien nos intenta llevar por la compasión hacia el predicador (encarnado por uno de los directores, David Zellner), que quiere empezar de cero. Los toques de comedia, deudores de los Coen, resultan en un desalambicado mejunje, y además alguno acaba siendo hasta insultante (el cuñado, interpretado por el otro de los hermanos directores, Nathan). Así que, el señalar la toxicidad masculina de considerar a una mujer como un trofeo, se queda realmente a medio gas.
Y hablando de historias de autoengaños y sus consecuencias, tenemos tambien el remake de The kindergarten teacher (Sara Colangelo, 2018). Sin haber visto la original israelí del mismo título, (y por tanto si los logros son de la una o la otra) en la americana se detecta la suficiente sutileza a la hora de no poner en evidencia las motivaciones reales, o casi mejor dicho, conscientes, de la protagonista. Dentro de la frustración que le supone la mediocridad de su día a día, tan diferente del que probablemente imaginó, ¿es el secuestro un momento de debilidad, de locura transitoria? O es realmente el objetivo desde el principio adueñarse del talento del niño, autoengañándose con la excusa de ayudarlo? Y también, ese talento, que existe, se ha de tratar como un prodigio? La escalada del autoengaño nunca está explicada, lo que me parece un acierto y, además del trabajo de Gyllenhaal, es de lo más destacable del film.

Minding the gap
Entre los documentales presentados en el Festival, tenemos a 3 nominados a los Oscar, incluído el que lo acabó ganando. El fascinante trabajo de RaMell Ross en Hale County This Morning, This Evening, condensa el material grabado durante 5 años en un pueblo de Alabama, donde el director llegó para trabajar como entrenador de basket y profesor de fotografía. Se olvida de líneas narrativas clásicas hasta el punto que podría parecer que en realidad, el documental es tan solo un conjunto de fotografías en movimiento, si no fuera el cariño con el que trata a sus objetos de estudio. Buscando las texturas en la cotidianidad, sea filmando insectos, canchas de baloncesto o niños simplemente dando vueltas en una habitación, éstas escenas se intercalan con escenas como la policía parando a los chicos que conducen un coche, o aquel momento en que la luz filtrada a través del humo en un plano filmando un árbol también incluye una conversación en off sobre la necesidad de filmar más desde una perspectiva racial, resumiendo la dicotomía del documental a la perfección. Minding the gap, reúne las vidas de un grupo de amigos que son filmadas por uno de ellos, Bing Liu, cuando vuelve a la ciudad después de unos 10 años. El paso a las responsabilidades que conlleva el ser adulto en contraste con la vía de escape que supone para ellos el skateboard, surge de manera gradual cuando emergen temas como la ausencia de un padre abusivo, la precariedad laboral, y el tema principal que ha ido a confrontar el director : la violencia en el seno familiar que han vivido todos ellos. La honestidad con que retrata a los protagonistas al tiempo que se autoexaminan, el ritmo que imprime gradualmente para llegar al tema principal, y el clímax de la entrevista con su madre, lo hacen un documental muy estimable. No me lo pareció tanto Free Solo, la ganadora del Oscar de este año al mejor largo documental. Me parecería mejor el retrato de una obsesión que el documento de una hazaña, y no se juzga en ningún momento lo que raya prácticamente en sociopatía del protagonista (más bien se ridiculizan las inquietudes de los seres que lo rodean, en especial su novia), lo que me hace más simpatética del lado de los que sufren por él, que por el sujeto protagonista en sí, un dechado de absoluta falta de empatía. Eso sí, la pericia técnica (ciertamente espectacular, la elección de la situación de las cámaras) en retratar la escalada es digna de ver en pantalla.
Por acabar, hay que felicitar al equipo del Festival Americana por su progresión, no tan solo en rendimiento en taquilla con varios sold outs, sino que a nivel puramente personal resulta cada año una experiencia de la que se saca mucho y a la vez es muy difícil sacar el máximo provecho (este año se me ha pasado por ejemplo We the animals que acabó ganando, pero también otras tantas que a buen seguro se irán recuperando a lo largo del año) y eso es resultado directo la gran labor efectuada.