Diálogos
Las dos primeras películas vistas en el Festival establecieron una suerte de diálogo. Dos películas muy “ACAB” para empezar, en las historias particulares (ficcionadas, aunque) basadas en hechos históricos. En Modelo 77, Alberto Rodríguez nos cuenta cómo se vivió, durante la mitificada transición española, la ley de amnistía, pero desde el lugar de los presos en la cárcel modelo de Barcelona. En ella, y después de varios intentos de presión por parte de los presos incluyendo el famoso motín de la Modelo, el personaje de Miguel Hernán le contesta a su abogado, que le asegura esperanzado que el país está cambiando, la frase “nunca cambiará nada. Este país siempre será de los hijos de los dueños”. Esta frase dialoga con la película En los márgenes, presentación en la sección Perlas, donde el director Juan Diego Botto teje unas historias cruzadas que también son Historia de este país, el país en crisis después de la burbuja inmobiliaria, los desahuciados y también los voluntarios, desviviéndose por los desfavorecidos. Consecuentemente, las historias no se cierran (dado que aún hoy se están escribiendo a razón de 100 desahucios al día), y aunque cinematográficamente les ayuden sus siempre solventes protagonistas, quizá le pese un subrayado musical de piano innecesario que distrae más que ayuda.
Masculinidades tóxicas
La presentación en Perlas de Don’t worry darling, la segunda película como directora de Olivia Wilde después de la estupenda Booksmart (en el Take Five de agosto del 2019) venía precedida de polémicas rosas y unas feroces críticas negativas. Críticas que olvidan una destacable creación de atmósfera sustentada no sólo por una de las mejores actrices del momento (descubierta en el SSIFF de 2016 con Lady Macbeth, de William Oldroyd), sino también por una esquizofrenia tanto visual como a través del sonido, acorde al substrato de la trama, y se recrean en un mejunje de referencias e ideas sobre utopías, los incels y la masculinidad tóxica ya vistas antes (Las mujeres perfectas, El show de Truman, Black mirror, etc.) en un aparato que aunque sí acaba haciendo aguas, en realidad, no es tan desdeñable.
Sobre masculinidades tóxicas también habla Girasoles silvestres, de Jaime Rosales, donde el recorrido vital del personaje de Anna Castillo (que aporta la dignidad que se le niega en el guión) se centra en su papel como madre y en tres diferentes relaciones con tres hombres. Hablar de resignación como inteligencia es un concepto que se me antoja arcaico, tanto como de asociar masculinidad tóxica con clase social. Algo que por cierto hacía muy bien entre otras cosas una serie como Big Little Lies (David E. Kelley, 2017, HBO) en su primera temporada, era desasociar esos conceptos sobre violencia de género y estrato social, error en el que cae Rosales e idea refrendada por sus declaraciones en rueda de prensa y posteriores entrevistas promocionales para la película.
RMN está basada en una anécdota real acaecida en un pueblo de Rumanía, y sirve a Cristian Mungiu para tejer la construcción de tensiones y el crecimiento de la demagogia, ayudada por un cierto tipo de masculinidad y con la necesaria complicidad de la Iglesia, esa amenaza que crece en Europa (o el oso en el patio trasero). Todas las contradicciones políticas se dan entre los habitantes del lugar, en una reunión de la comunidad, filmada en un plano de 15 minutos, en varios idiomas, mostrando la falta de entendimiento. Y un único bálsamo, el uso de Yumeji’s Theme, de In the mood for love, que “expresa amor al prójimo como antídoto contra la intolerancia” en palabras de su director (en la entrevista en Caiman nº173).
El soplo de aire fresco después de varios días de tensiones cinematográficas varias, se produjo de forma amable con El inocente, de Louis Garrel. Una comedia de enredo clásica, sobre las máscaras puestas y autoimpuestas que se van pasando de personaje a personaje. El propio director interpreta (como siempre, estático) al viudo que sospecha hasta la obsesión del nuevo novio recluso de su madre, una mujer que trabaja en la cárcel dando clases de interpretación. La construcción del guión, juguetona, pasa el peso protagónico de la pareja de la madre y su novio, al del hijo y su mejor amiga, en una trama disparatada de gags que se ayuda de la interpretación de una Noémi Merlant pletórica, en una subtrama de tono romántico.
Tránsito adolescente
A estas alturas del certamen, la coincidencia de los pases de las directoras Elena López Riera y Pilar Palomero, dos sendos coming of age con protagonista femenina adolescente y madre jefaza regentando un bar de carretera (El Agua y La maternal, respectivamente) hicieron el principal tema de conversaciones en el seno de Muelle5. Aunque aquí se acaban las comparaciones pues no pueden ser más diferentes: en la a (muchos) ratos fascinante El Agua, primer largometraje de su directora, se habla de los mitos y leyendas sobre las inundaciones de la región que las relacionan con las mujeres, y adecuadamente esa atmósfera onírica entre realidad y ficción, casi yendo hacia el género fantástico, acaba por inundar toda la propuesta. La segunda película de Palomero después de Las niñas, por el contrario, apuesta todo a la veracidad y realismo de la situación que viven madres adolescentes en un centro de acogida para menores. Si bien es arriesgada, poniendo en el foco a una adolescente rebelde y desafiante que busca su sitio un mundo precario (estupenda Carla Quílez, que compartió el premio de interpretación con el Paul Kircher de Le Lycéen), la escena de presentación de las chicas que viven en el centro (demasiado inclinada al tópico de “cine social”) se contagia al resto del relato… tanto que pesó incluso en la rueda de prensa del Festival.
En Los reyes del mundo, Laura Mora tras Matar a Jesús (premio de la Juventud en el 2017) nos sumerge en un viaje en busca de la tierra prometida, donde los protagonistas encontrarán que los grandes poderes siguen explotando a la tierra, y a ellos. Quizá otro coming of age, en que el grupo de amigos solo se tienen a ellos, en busca de las tierras de la abuela de uno de ellos, donde quieren instalarse al margen de los peligros, de la precariedad y los abusos de su país, narrados como un cuento lírico, bello pero amargo, en busca de un final feliz que se antojará imposible.
La parálisis cerebral, en caso de La consagración de la primavera (Fernando Franco) y las enfermedades degenerativas, en el caso de A hundred flowers (Genki Kawamura) tuvieron su espacio en los films de Sección oficial. Kawamura, productor de filmes de Mamoru Hosoda o Makoto Shinkai entre otros, dirige en su primer largometraje sobre una mujer aquejada de Alzheimer y su hijo, que atesora un trauma en su memoria. El bucle temporal en el que la protagonista se va perdiendo en diferentes escenarios, que encierra un misterio revelado progresivamente, recuerda a los recursos utilizados en The Father (2020), de Florian Zeller, si bien aquí son usados de manera más preciosista, en largos planos secuencia (como el que abre el film). No es así es la tercera película de Fernando Franco. Tras Morir (2017) y La herida (2013), con la que conectaría más y podría constituir un díptico, se radiografían aquí las heridas emocionales de Laura, una chica instalada en Madrid por sus estudios universitarios, que conoce a David, un chico con parálisis cerebral. Con referencias a la religión, y sin esclarecer del todo el pasado de la protagonista, escapa de lo que podría parecer una premisa obvia para hacer que nos preguntemos constantemente quien está ayudando a quien.
Y si en En los márgenes el subrayado musical es uno de los puntos débiles, también lo es en la decente adaptación del Ikiru de Kurosawa, Living. Dirigida por Oliver Hermanus y con guión de Kazuo Ishiguro, desaprovecha tanto el retrato del escenario británico (elegante, pero sin aportar un significativo cambio de perspectiva desde el original japonés, ni siquiera en la crítica al funcionariado), como del personaje principal. Aquí viene de un personaje que apagado, lúgubre, al que le da la calidez necesaria el siempre eficiente Bill Nighy (y una luminosa Aimee Lou Wood, vista en la serie de Netflix Sex Education), pero que consecuentemente aporta un cambio demasiado poco “radical”, alejado del amargado, obstinado Watanabe de Takashi Shimura.
La Blonde de Andrew Dominik fue la película elegida como “sorpresa” del Festival, a la que sinceramente le tenía muchas ganas como admiradora de las anteriores películas del australiano. La idea de Dominik (según él mismo) es hablar del trauma de Marilyn Monroe, pero lo cierto es que podría hablar de cualquiera porque ella no tiene ninguna entidad, más allá de la imitación de la esforzada Ana de Armas. Si bien empieza funcionando bastante bien a nivel estético, mostrando la dualidad Norma Jean / Marilyn, o dando en un principio el reverso oscuro de las imágenes más icónicas de la actriz (las fotos con DiMaggio en su casa, en la que están en plena discusión, entre otras), y con algún recurso efectivo (las caras deformadas del público que la espera en uno de sus estrenos), lo cierto es que a medida que avanza el film, todo recurso se utiliza como instrumento de tortura para el personaje. Incluso sus constantes cambios de formatos acaban por no obedecer a ningún patrón. Retratar el mundo cruel que le tocó vivir no se hace desde el sadismo y el morbo, si no se cae en lo que se pretende denunciar. Un desbarajuste total.