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Donosti 2019 (I)

Esta edición del Zinemaldia ha sido en general un poco decepcionante. El nivel de la sección oficial han sido películas con características “de festival”, y aunque sí que hemos tenido la tradicional nadería en la clausura con The song of names, ninguna ha sido una apuesta valiente como han habido en otros años (un High Life, un In Fabric, un Enemy, un High-Rise, un Nocturama …  películas atrevidas que suelen suponer un soplo de aire fresco y a la vez se saben imposibles de aparecer en el palmarés, por esas dichosas cuestiones del consenso del jurado… no, no incluyo The disaster artist. Por algo la premiaron). A pesar de que por distintos motivos me perdí 4 de las películas de Sección Oficial (de salud física en caso de Lhamo and Skalbe, de salud mental en la equidistancia de Amenábar y por imposibilidad de cuadrarlas en caso de la inauguración Blackbird y de Mano de Obra, de la cual se ha hablado bastante bien), ahí van unos apuntes sobre lo visto en el festival.

Una cuestión de tiempo

La trinchera infinita (Sección oficial), de los directores de Loreak y Handía, se abre con una primera y angustiosa escena de persecución, cámara en mano, con la que se nos ha situado en Andalucía para contarnos la historia de uno de los llamados topos de la Guerra Civil, republicanos que se escondieron en zulos construidos en sus propias casas para evitar represalias. Sentimos a través de la mirada de Higinio (Antonio de la Torre), la vida pasando alrededor suyo sin que él se sienta partícipe, y encerrado en la soledad que siente en su propia casa, se le escapa que su encierro también ha propiciado el de su mujer Rosa (espléndida Belen Cuesta, el alma y ancla emocional de la película), que a pesar de tener la puerta abierta padece a la vez una vida supeditada a la reclusión de su marido. El espectador acompañará al drama matrimonial durante décadas y sentirá el paso del tiempo, a pesar de la asfixia que proporciona los límites de una bien armada puesta en escena; quizá algunos subrayados, esos intertítulos de diccionario o alguna escena en particular podrían haber aligerado la duración del film (147 minutazos!).

Hablando de duraciones y del paso del tiempo, los 180 minutos de Hasta siempre, hijo mío (Perlas) , también desgranan tres décadas en la vida de dos matrimonios, enfrentados a los cambios socioeconómicos y políticos, en particular la del hijo único, muy en línea con su compañero de generación Jia Zhang Ke. Con una estructura de puzzle, en la que no se encajaran algunas piezas hasta el final, es un retrato sereno y conmovedor sobre una tragedia que sirve de ancla al relato marcando las vidas de los protagonistas para siempre, cuya emoción fluye lentamente in crescendo hasta la confesión final.

Naturaleza (no) muerta

Premio del Jurado de la sección Un certain regard en Cannes, O que arde (Perlas) se estructura en dos partes: la crónica del regreso de un pirómano que ha cumplido condena, la vuelta a casa con su madre para cuidar del campo y las vacas, y la segunda donde irrumpen las poderosas imágenes del fuego. Podría  servir incluso como apología de lo bella que es, si nos faltara una primera parte que es un sensible retrato de una vida en extinción, una oda a la vida rural en Galicia, en esa hierática y a la vez fuerte relación entre madre e hijo,personajes de pocas pero reveladoras palabras, y con sus vecinos. Con las sinceras interpretaciones de los actores no profesionales y las angustiosas imágenes de bomberos en primera línea de fuego, Laxe nos muestra la mística de la naturaleza y el instinto por la supervivencia en un documento hipnótico.

Es difícil explicar la trama de And the birds rained down (Sección oficial) : dos octogenarios supervivientes que han elegido una vida en la naturaleza, apartados del mundanal ruido, se encuentran compartiendo su rinconcito con otra octogenaria a la que el dueño de un hotel cercano, sobrino de la susodicha, les acercará, justo cuando llega una fotógrafa al hotel con la intención de entrevistar a testimonios y supervivientes de un antiguo incendio. La narrativa avanza a trompicones en el descubrimiento vital y emocional de cada uno de los personajes, y lo que debería ser una meditación de la supervivencia, de la vejez, o la vida en la naturaleza, no se resuelve ni en una académica y rutinaria puesta en escena, ni en un guion que utiliza demasiadas herramientas y temas sin ahondar en ellos.

Con todos los elementos para hacer una película magnética, The other lamb (Sección oficial), es sin embargo un relato vacío: estilizado, con supuestamente potentes visiones alegóricas, pesadillas y corderos muertos renacidos, y la simbología cristiana reinterpretada por un pastor que las “guía” (él “les concede la gracia”, creo que no hace falta decir nada más). El líder de una secta que solo tiene mujeres (esposas) y la descendencia de él con éstas, también femenina (la otra es considerada inapropiada para el rebaño, pues solo puede haber un macho). Un devenir previsible del que no se nos cuenta nada mas allá de la toma de conciencia de la protagonista, hacia un acto final de rebeldía del que, encima, se nos priva en su desenlace, cuando bien podría haber sido lo que daba (algo de) sentido a la película.

Una atmosférica muestra del cine con mensaje político a través del género fantástico (como tantas otras veces), Atlantique (Zabaltegi) es una denuncia de los horrores que acontecen en el mar, huyendo a la desesperada a por una oportunidad. La historia de amor entre Ada, una chica con una boda concertada, y Souleiman, un trabajador en un rascacielos en Dakar que, al no recibir con sus compañeros el salario se aventuran en el océano, decididos a encontrar algo mejor en España. Pero la patera naufraga y los espíritus de los que naufragaron vuelven a recuperar lo suyo. Con ecos a Jacques Torneur, fusionando lo sugerido (esos vientos ululantes que anuncian el retorno) y haciendo énfasis en el romance imposible entre los protagonistas, quizá la única pega que le pondría es que la combinación con el género policíaco hace que se resienta un poco.

También con ecos a Tourneur, la nueva película de Bertrand Bonello Zombi Child (Zabaltegi) conecta con deambulantes retazos la historia de un hombre convertido en zombie (que sirve como mano de obra dormida e inconsciente) en la Haití de los 60, y con una descendiente suya en la época actual, una adolescente en un internado de París, estableciendo un paralelismo con el colonialismo que ella estudia en la Historia de Francia. A la manera de aquellos adolescentes de Nocturama, Bonello muestra esta zombificación actual, con las canciones cantadas de manera mecánica y sus dependencias amorosas, que las empujan a terminar como en un cuento de terror, como la Historia y sus deudas.

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