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Joker

 

Una película tan ideológicamente confusa que se hiere a sí misma, Joker es algo más que “deudora” del cine de Scorsese: se ha dicho hasta la saciedad, pero repitámoslo porque no hay otra: Joker es Taxi Driver + El rey de la comedia. Y no es que, como Paul Thomas Anderson con el cine clásico en El hilo invisible, reaproveche las formas de las películas del director neoyorquino para convertirlo en algo nuevo, no. Tampoco es que se inspire en el cine político de los 70, Robert Redford incluido, como en El soldado de invierno (igual alguien se ha llevado un susto aquí). No, Todd Phillips le crea un conveniente disfraz de Scorsese y true cinema a una película tan meticulosamente ambigua como para gustar a variados espectros de la población. La jugada ha salido más redonda que colocar una infatigable peonza al final de Inception y dejar que el público discuta el significado entero de la película (si es que lo tiene). La oscuridad, el realismo y la violencia, como ya sucediera con Logan, dan una respuesta revestida de qualité a los productos para todos los públicos de cierta factoria que tanto daño hacen al cine. Obviamente, utilizar la nostalgia, con Scorsese de referente es mucho más critic-friendly que hacerlo con Spielberg, responsable junto con Lucas de cargarse el cine hace 40 años y de que, desde entonces no hayamos disfrutado de ni una sola obra maestra en salas, por lo visto. Y en Warner, esa pequeña distribuidora independiente, solo están preocupados en ofrecer cine de calidad desinteresadamente. La recepción en el Festival de Venecia me ha recordado a aquella peliculita presentada a Sección Oficial del Festival de Cannes como una (otra!) transgresora respuesta a Disney llamada a Shrek. Obra maestra!

Así, aunque pueda parecer una película imponente, que lo es (sobretodo gracias una magnífica recreación del Nueva York de la época y a la colosal interpretación de Joaquin Phoenix como Arthur Fleck), lo es de manera muy impostada. Los apuntes de crítica social (la posesión de armas, la desmantelación de los servicios sociales que le proporcionan la medicación…) se acaban amalgamando con una representación de las enfermedades mentales y otras conexiones un tanto cuestionables (enfermedades mentales y armas… a Trump le gusta esto), y poner al personaje en el epicentro de una revuelta de lucha de clases contra los poderosos como Thomas Wayne, pero completamente ajeno a ella, es problemático como poco. La excusa es que la malinterpretación solo puede ser culpa del espectador, porque en realidad éste ya sabe que el protagonista es un villano. Lejos del Lucius Fox (Morgan Freeman) en El caballero oscuro (llega el apocalipsis de lo conseguido por Phillips: voy a defender un Nolan!), la voz que apuntaba los claroscuros del héroe en cuanto Batman crea una red de espionaje con los móviles de los habitantes de Gotham sin su conocimiento, aquí el protagonista se defiende de un ataque en el metro que acaba en tragedia, y se justifica con el comentario, irreal aunque completamente plausible, de la vecina. Un poco utilizando el truco de Green Book, se construye un relato para la identificación del espectador, esta vez para exculpar a un asesino porque, al fin y al cabo, es una víctima.

No ajeno a la película es el contexto en el que llega, claro. Una época donde las fake news y la falta de empatía para con las víctimas del racismo, la misoginia y la homofobia están aupando a la ultraderecha, donde existen movimientos de hombres que se sienten victimizados, y en un clima de fuerte oposición a una supuesta corrección política criminalizada como “censura”, lo más fácil es que los haya que se identifiquen con Arthur Fleck, cuando en realidad sean los atacantes del metro a golpe de Send in the clowns. Aunque estamos de acuerdo en que no se puede hacer responsable a cualquier producto cultural (libros, películas, canciones o videojuegos) de los actos de nadie, sí que son responsables del mensaje de la película. En cierta manera, es como señalar comportamientos machistas y que se entienda que se está llamando machista a la persona que los ejerce, que ésta se sienta ofendida y lo solucione con un “no lo soy!”. ¿Está arreglado?

El disfraz también se extiende a las pullas, haciendo no solo que el protagonista diga literalmente “¿Quienes deciden qué es gracioso y qué no lo es?”, sino que Thomas Wayne criminalice a la gente con máscaras: es decir, disfrazado de referencia al futuro de su propio hijo, la crítica va a las redes sociales y la woke culture, a la que el director hace responsable de la recepción crítica, en vez de a su falta de talento, a las secuelas de Resacón en Las Vegas. Me viene a la cabeza cuando, después de las críticas al tratamiento de personajes femeninos en la serie Sherlock (BBC), Steven Moffat pusiera en La novia abominable y disfrazado de referencia a El secreto de la pirámide, a las sufragistas de la época como una secta asesina. Ta Daaa! ¿Es sorprendente entonces que se haya llamado con la película a “derribar los límites del humor”, dado que Todd Phillips ha hecho del Joker la Mary Sue definitiva, identificándose con él? O que haya alguien capaz de llamarlo “superhéroe de izquierdas” sin que Joker sea una parodia (más prestas a ser malinterpretadas)? Los personajes de Scorsese, los antihéroes que van de Travis Bickle a Jordan Belfort, nunca son retratados como héroes, porque Scorsese, maestro de la narrativa, les da una razón a su comportamiento pero nunca como una excusa, haciendo que al final de la película, aunque en su universo se les llegue a tratar como a tales, el espectador sepa que eso simplemente está mal, que es un error. Siempre va a haber gente que se identifique o malinterprete a los antihéroes, pero esta película no lo pone difícil: mas bien al contrario.

Decir que es incómoda es darle mucho más crédito del que merece. De hecho toda la discusión que está generando, incluido este texto, es mucho más de lo que merece. Igual es que de las fake news al fake true cinema había un paso, y ya se ha dado. A ver qué viene después.

PD: Mi película de superhéroes favorita sigue siendo El Protegido.

 

 

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