El estreno de la corresponsal de Muelle5 para la 66 edición del Festival de San Sebastián no empezó con buen pie. Después de 5 años asistiendo como aficionada, y arrastrando algunos problemas oculares, las dos horas previas al pase inaugural de las 10 de la mañana acumulaban un total de dos equivocaciones de cola al ir a buscar la acreditación, una confusión en las invitaciones que podía pedir, perderse por el piso inferior del Kursaal y, después del pase de la película de apertura, el tradicional tropiezo en la Sala 1 de los cines Trueba, que por lo visto sería como el bautismo de la prensa acreditada en el SSIFF…
El amor menos pensado (Juan Vera)
También es tradición, en los años que llevo yendo al festival, asistir a una inauguración anodina, y este año no fue menos (aunque algo más decente ciertamente que las últimas). El amor menos pensado es una película elevada únicamente por el carisma y buen hacer de sus dos intérpretes principales, Ricardo Darín y Mercedes Morán. Un matrimonio se enfrenta al síndrome del nido vacío, que se materializa en ruptura, condicionada también por las vidas del entorno de amigos de la pareja. A partir de ahí, se centra en las vidas en paralelo del matrimonio, y para aligerar el tono melodramático se suceden situaciones cómicas que cambian el tono de la película, hasta entonces dotada de un naturalismo en las situaciones que se pierde por esta causa, y terminando con una resolución que acaba de echar por tierra una cinta con buenas intenciones pero pobre en ejecución.
The innocent (Der Unschuldige, Simon Jaquemet)/ L’homme fidéle (Louis Garrel)
El resto del día nos trajo un par de filmes cuyo punto en común fue una mezcla de géneros más conseguida en la segunda que en la primera. En The innocent , una mujer entregada a su trabajo, familia y fe pierde esta última cuando irrumpe en su vida de nuevo su pasado amoroso. Sin que la protagonista o el espectador pueda dirimir si realmente su ex ha vuelto o es el mismísimo demonio, dado que el director juega a las ambigüedades, el argumento pierde la cabeza y se va transformando lentamente en un inconexo mejunje con inverosímiles analogías que acaban resultando ridículas. En L’homme fidéle, Louis Garrel se distancia del estilo de su padre Phillippe, para dirigir una película muy oscilante en cuanto a géneros, con un retorcido guión que tiene tanto de clásico como de contemporáneo, firmado con ayuda del insigne Jean-Claude Carrière. El problema con el elemento clásico radica en el retrato de los personajes femeninos, que al situarlo en nuestros días podría rozar la misoginia si no se entiende desde el principio como una trama “atemporal”.
3 faces (Jafar Panahi)
Lo mejor de la primera jornada vino al final del día en la sección de Perlas: en 3 faces, Panahi establece una metáfora maravillosa cuando un anciano del poblado que visitan Behnaz Jafari y el mismo Panahi (interpretándose a sí mismos), le explica a éste un sistema de bocinazos establecido entre los conductores de las carreteras de un solo sentido. El sistema tiene sus propias reglas, afirma el anciano, que tiene tantos inconvenientes como ventajas: la calidez de las gentes que viven anclados en un sistema machista; la tradicionalidad impuesta a gente que reconocen a la actriz famosa pero a la vez juzgan a una chica que quiere llegar a serlo; la llamada de la madre de Panahi que le responde que no puede estar rodando una película, por supuesto; lo absurdo de la superstición sobre donde se entierra el prepucio de los niños circuncidados que determinará su futuro…
El reino (Rodrigo Sorogoyen)
Ya en 2016 Que Dios nos perdone adolecía de una evidente deuda para con el estilo visual de David Fincher, y en esta El Reino, ese estilo llegó para quedarse, planteando en forma de thriller una adrenalítica historia sobre la corrupción política en España, cuyo protagonista (magnífico, aunque no sea noticia, Antonio de la Torre) intenta que no le carguen a él solo con todo. Sin dar respiro al espectador, pese a algún efectismo perdonable por lo efectivo (esa escena en el coche) y algún punto sí bastante reprobable (pretender equiparar lo del protagonista con un cambio mal dado… en fin), acaba siendo un magnífico manual de cómo el poder protege al poder, con ayuda de los medios, escenificado en ese magnífico momento final, con el personaje de Barbara Lennie.
Rojo (Benjamín Naishtat)
La de Naishtat es de ese tipo de películas que crecen con el tiempo. La violencia soterrada recorre los diálogos y las situaciones de una película que sabe crear un clima que es caldo de cultivo en el contexto previo al golpe de estado en Argentina, clima enfatizado por los detalles del color de la sangre (en la ropa, en el paisaje) en contraste a los apagados beige del hombre que se esconde (Darío Grandinetti). Por desgracia, falla al complementar el mundo del protagonista con subtramas que pueden carecer de interés a primera vista, y que subrayan la intención del director pero que a la vez dispersa la película, y luego, en la conclusión (más que resolución) de la trama que da inicio al thriller. Con todo, una muy estimable cinta.
Shoplifters (Hirokazu Koreeda)
El romance que Koreeda tiene con el Festival de San Sebastián se materializó en un Premio Donostia a su carrera (en el mismo año en que el japonés se llevó la Palma de Oro en Cannes), cuya entrega se convirtió en el que es probablemente el momento más emotivo de esta 66 edición. En pase especial se proyectó su película Shoplifters, una suerte de compendio de las obsesiones del director, expuestas desde Nadie sabe hasta Nuestra hermana pequeña: las relaciones afectivas dentro de la familia, además de una crítica al sistema que se despreocupa por los marginados. Una niña maltratada es acogida, primero de manera temporal que pasa a definitiva, por una familia que sobrevive a base de robos; poco a poco el afecto que le llega de unos desconocidos, le harán salir de su caparazón, además de enseñarle trucos de la profesión. El retrato de la intimidad de una casa tan caótica como la misma estructura familiar es de los más conseguidos del director
First Man (Damian Chazelle)
Incidiendo en la temática del director sobre el sacrificio y sufrimiento personal en pos de un sueño, Chazelle adapta la biografía de Neil Armstrong First Man: The Life of Neil A. Armstrong de James R. Hansen, donde se retrata tanto los previos pasos de la aventura espacial hasta llegar al alunizaje, y la tragedia en lo personal que supuso para él y su mujer perder a una hija pequeña por un tumor cerebral. El poco equilibrio entre lo primero (la espectacularidad de las asfixiantes imágenes de los astronautas dentro de las cabinas, con primerísimos e inmersivos planos detalle entre atronadores sonidos), y lo segundo (los momentos de la intimidad de los Armstrong, con una fotografía muy deudora del Lubezki de El árbol de la vida de Malick) lastra la película, en parte por el contraste entre una infrautilizada Claire Foy que brilla mucho más que un mecánico y lánguido Ryan Gosling, en su retrato de un hombre poco dado a expresar sentimientos.
Beautiful boy (Felix Van Groeningen)
Después de su paso por Toronto, donde no cosechó buenas críticas pero sí alabanzas para con el dúo protagonista, la decepción en los dos apartados fue más que mayúscula. Al principio, la película de Felix Van Groeningen (Alabama Monroe, 2012) se esfuerza, mediante el montaje a saltos entre épocas y puntos de vista, por apartarse de los clichés del subgénero de adolescentes atrapados en el mundo de las drogas, pero luego acaba por sumergirse en todos y cada uno de ellos (incluida una tópica selección de temas musicales con Bowie, Buckley, Young, etc.). Ni el esforzado pero correcto Steve Carell puede insuflarle vida, ni un crecido Timothée Chalamet que ha dejado aparcada la sutileza de su retrato de Elio en la Call me by your name que le llevó a la fama.
Alpha the right to kill (Brillante Mendoza)
Lo que en otro thriller hubiéramos visto probablemente como clímax – un expeditivo dispositivo policial contra un narcotraficante, que se salda con múltiples bajas – se utiliza como punto de partida para presentar a los personajes : un agente corrupto y un infiltrado informante de la policía. Un tanto confusa narrativamente a favor de un eficaz realismo, casi documental, pero cuyo devenir en la trama se antoja demasiado visto, con lo que acaba siendo un tanto decepcionante a pesar del enérgico arranque.
Le cahier noir (Valeria Sarmiento)
Sorprendente y desvergonzado drama culebronesco ambientado en el siglo XVIII, Le cahier noir es la historia del vínculo afectivo que se crea entre un joven huérfano y una joven sirvienta que lo cuida. Dicho huérfano acabará a cargo de un Marqués que seducirá a la sirvienta y luego la apartará para cortejar a alguien más de su rango, hechos que acabarán por separarlos. Con una cuidada ambientación y un diseño de producción realista, las situaciones a qué abocan a la protagonista son exageradamente dramáticas y algunas directamente esperpénticas: desde el inquietante cardenal a la vez que médico que entra por la puerta en el momento en el que se necesita, hasta el final over-the-top de la protagonista.
In fabric (Peter Strickland)
La nueva película de Peter Strickland se convirtió decididamente en el soplo de aire fresco en la sección oficial, la película de riesgo que, como en años anteriores un Enemy de Villeneuve, un High Rise de Wheatley o un Nocturama de Bonello, se sabe a ciencia cierta que dividirá tanto al jurado (a cualquier jurado) que es poco probable que acabe rascando algo en el palmarés… como así ha pasado. Strickland vuelve a su estilo retro para construir un discurso crítico con la sociedad de consumo, personificado en unas excesivamente serviciales dependientas que en realidad son brujas. Cómo se consigue equilibrar tal pastiche de géneros, entre la comedia y el giallo, incluso con el riesgo que supone una segunda parte que es una revisitación de todo lo expuesto en la primera, es algo digno de verse: un desmadrado y divertido festival, con el protagonismo de un vestido que lleva a la perdición a quienes osen poseerlo.
Quien te cantará (Carlos Vermut)
El juego de espejos que propone Carlos Vermut entre las dos protagonistas (Najwa Nimri y una magnífica Eva Llorach, que bien podría haberse llevado la Concha; sin olvidarme de una también brillante Carme Elías), se refleja también en el trabajo del director, sea con Almodóvar, con Bergman, o consigo mismo (la presentación del personaje de Violeta, con Julián Villagrán como trasunto de Miguel Noguera en la escena que interpreta en Diamond Flash) pero la suficiente dosis de personalidad para que el conjunto funcione; quizá lo único reprochable es el empeño en la búsqueda por la fascinación del espectador por lo que está viendo, a veces funciona pero a veces se pierde en su propio juego. Alguna subtrama, como el personaje de la hija interpretada por Natalia de Molina, se utiliza como subrayado (a veces muy poco creíble), de las decisiones que tomará la protagonista. Con todo, una nueva muestra de la creatividad y personalidad de su director.
Roma (Alfonso Cuarón)
En las ocasiones en que he tenido la oportunidad de escribir sobre películas que me han fascinado, en casi todas, con alguna honrosa excepción, siento que no les hago justicia (de aquí mi participación en este blog, por si pudiera llegar a conseguirlo alguna vez). Aquí, el punto de partida de mi escrito es precisamente ese, ya que con Roma ya empiezo sabiendo a ciencia cierta que va a ser tarea imposible. En la monumental obra de Cuarón, lo personal es político, y probablemente su grandeza resida en la delicadeza y la intimidad con que se compone un fresco sobre la diferencia de clases, a través de escenas cotidianas, de pequeños detalles y de escenas aparentemente rutinarias, que sumergen al espectador con sus brillantes composiciones, sin alardes ni efectismos. La sencillez de lo cotidiano es universal, y el retrato de las relaciones humanas (especialmente en el afecto entre la matriarca de familia y de su sirvienta, ambas enfrentándose a la incapacidad de un hombre de asumir responsabilidades, y todo lo que eso conlleva en un México de los finales de los ´70), magistral.
High Life (Claire Denis)
Si alguien se va a acercar a la nueva película de Claire Denis como si fuera Neil deGrasse Tyson esperando precisas recreaciones de la vida de astronautas en el espacio, se ha equivocado de lleno porque ni a Claire Denis le interesa eso ni… bueno, nadie es Neil deGrasse Tyson. Dudo que, aunque Denis se haya declarado fan de la saga Crepúsculo, haya cogido como idea el punto de partida de Passengers echado a perder, pero lo cierto es que la situación sin salida como la que se encuentran los integrantes de las naves-contenedores de High Life me ha recordado aquel fugaz instante en que la película de Morten Tyldum pareció que podía ser una película interesante. No quisiera insultar a la insigne directora recordando aquel delirio (una de esas ocasiones en que te llegas a preguntar por cuántas manos pasa un proyecto de estas características y absolutamente nadie haya pensado que no era una buena idea). Pero cojamos esa idea principal de enfrentarse en la soledad del espacio exterior, sin ayuda, que es la situación en la que se nos presenta a Monte (Robert Pattinson), cuidando de que la nave funcione y de que un bebé siga con vida, para ir desgranando en flashbacks los momentos que nos han llevado a ese punto : las pasiones y deseos inherentes a la naturaleza humana de personas sin futuro, un grupo de convictos que participan en una misión para extraer energía de agujeros negros, pasando de un encarcelamiento a otro, a cambio de rebajar condena.
Entre dos aguas (Isaki Lacuesta)
Con puntuales acercamientos a La leyenda del tiempo a modo de flahsback, Isaki Lacuesta nos trae de nuevo las vidas de Isra y Cheíto, empezando por el nacimiento de la hija del primero, para a continuación ser esposado y llevado de vuelta a prisión. A partir de aquí, el retrato de vida y supervivencia llega en algunos momentos como un prodigio de sensibilidad, en esos encadenados que propone con su predecesora, que navega, como su título indica, entre la realidad y la ficción, que respira verdad y autenticidad : las situaciones de sus protagonistas están guionizadas, pero no sólo son creíbles sino también cercanas. Magnífica merecedora de la Concha a la mejor película.
The sisters brothers (Jacques Audiard)
Basada en la novela del mismo título de Patrick deWitt, el western de Jaques Audiard sitúa a dos hermanos matones (Reilly, también productor, y Phoenix) a sueldo del Comodoro (Rutger Hauer) en plena fiebre del oro, en pos de un nuevo “encargo”: acabar con un buscador de oro (Riz Ahmed) que ha creado una fórmula para encontrarlo más fácilmente en el agua, y que cuenta con la ayuda del ambiguo personaje encarnado por Jake Gyllenhaal. Audiard firma con su habitual y notable destreza narrativa, y deja con generosidad el espacio adecuado para que sus cuatro soberbios actores guíen la trama, en especial Reilly, funcionando perfectamente tanto por separado como los cuatro juntos.
Blind spot (Tuva Novotny)
El último día del festival asistimos a un alarde de planificación en clave de tragedia familiar, realizada en íntegro plano secuencia, que esquiva inteligentemente lo que podría haber acabado siendo un telefilm de domingo por la tarde. Su pericia a la hora de zambullirnos de lleno en el dolor y la desesperación de la familia, unido a una esforzada interpretación de la protagonista (que merecidamente acabó llevándose la Concha), merece que sigamos atentamente la trayectoria de su directora sueca Tuva Novotny, hasta ahora solo conocida en su faceta de actriz (Annihilation).
Bad times at El Royale (Drew Goddard)
En la clausura más refrescante de los últimos años, y después de su debut con La cabaña en el bosque, Drew Goddard lleva a siete desconocidos a finales de los ’60 a coincidir en un hotel dividido entre los estados de Nevada y California, y que oculta tantos secretos como sus nuevos huéspedes (si conoces la historia del hotel que inspira Bad Times at El Royale, creo que la película tiene mucha más gracia). A pesar del brío con que se narra una historia muy interesante, la brillantez formal en la recreación de los diferentes puntos de vista, y los giros nada previsibles, estos mismos hacen que la película se alargue en exceso y los 140 minutos acaben pesando, sobretodo en un clímax centrado en un desacertado Chris Hemsworth como líder de una secta.