Si en Memories of Murder la mirada final era de impotencia, en The Host de miedo a que vuelva a pasar, en Snowpiercer de reinicio, en Mother de admiración, en Okja de iluso chorra, ahora, en Parasite, la mirada es de asimilación, de claudicación. Hay una progresión, un cambio, la lucha de clases se transforma en una substitución de clases. La sonrisa del absurdo se borra con la (falsa) esperanza. Si antes nos podíamos aferrar al humor y la extravagancia, ahora Bong Joon-ho nos comunica su desencanto con estilo, su mirada son todas esas miradas pero para decirnos que el plan es que no hay plan.
Definirnos mediante los demás por contraposición, apoyada en la envidia y la desesperación, es un acto peligroso a la larga y deleznable a la corta. Definirnos mediante los demás por motivación, apoyada en el estudio y la creación, es un acto sugerente a la corta y reafirmativo a la larga. ¿Puro cinismo? Podría ser. Todo depende de nuestra maltrecha honestidad. Tenemos dos caminos de alimentación, pues juguemos. Parasite es una película de opuestos, de contraposiciones y su mayor mérito no es reflejar la eterna y cansina carta didáctica, sino dar por asumido unas reglas del juego que retratan la crueldad/desequilibrio del mundo.
El cine coreano escogió la casilla de la muerte con venganza de fondo y forma, para martillear nuestras preconcebidas ideas, no era una cuestión sólo de reformular parámetros del thriller, también era posible actualizar los recursos visuales y envolver los actos más crueles de una poética fascinante. Esa ambigüedad conseguía despertar una complejidad perdida, confrontándolo a una simplicidad de estereotipos y convenciones del suspense contemporáneo. Sin lugar a dudas un paraíso encontrado de soluciones visuales e historias sin concesiones. Pero el cine se alimenta de los dos caminos y Parasite es la confirmación de que la excelencia formal disfraza el final de la valentía.
En la película el conservadurismo emerge según avanza el metraje. Ese inicio fulgurante de substitución, alentado por la necesidad y el oportunismo, se ve saboteado por la naturaleza, tanto de las limitaciones de clase como del equilibrio de los elementos (tormenta recolocadora). La necesidad de apoyarse en una pareja inesperada (sí, también hay lucha de clases dentro de la misma clase) para acelerar el desenlace, con tensión slapstick forzada, nos lleva a un final donde la violencia física es de los pobres y la violencia psíquica es de los ricos. Viendo todo el conjunto, Parasite cae en la benevolencia de la parábola habitual de querer lo que los demás tienen. Lo que podría haber sido un replanteamiento de los roles salvaje y futurista, nos muestra el eterno sueño banal, transmutado en el deseo de las apariencias. Esa globalización del discurso conlleva aires de sospecha y emerge con tristeza al final de la partida. Si los radicales a la hora de expresar en imágenes un proyecto se ven minimizados por un discurso previsible, esta homogeneización mostrará los trucos del cuento y su cine podrá ser vitoreado pero no trascenderá todas esas miradas que el mismo autor filma.