Johannes es un niño de 10 años en la Alemania nazi, que acude con entusiasmo a un campamento de las Juventudes Hitlerianas, y que tiene como amigo imaginario a Hitler. Allí, se da cuenta que no es tan fácil ser nazi, y en un incidente donde, en vez de matar a un conejo intenta ayudarlo a escapar, empiezan a acosarlo con el apodo de JoJo Rabbit. Intentando demostrar su valía, tiene un accidente con una granada de mano, por el que acaba en el hospital, y tiene que pasar más tiempo en casa con una madre (Scarlett Johansson) que además de tener escondida a una judía en su casa (Thomasin McKenzie, vista en la fantástica Leave no trace), intentará quitarle el nacionalismo de la cabeza a su hijo.
Con un buen arranque en el que realmente se convierte en la parodia que parece que quiere ser, para seguir con la intención de demostrar que los monstruos se hacen, acaba por no ser más que un compendio de decisiones entre más o menos inspiradas a realmente vergonzosas. Taika Waititi se fía demasiado de su propio ingenio, resulta demasiado engolado de sí mismo, y que la perspectiva sea la del niño protagonista (un estupendo Roman Griffin Davis) no justifica la tibieza con la que acaba resultando un filme que parece que no tiene muy claras sus intenciones. Si no, no se entiende en ninguna medida el personaje de Sam Rockwell, más allá del enésimo villano racista redimido del actor. ¿Aun nadie ha aprendido, desde American Beauty, que convertir a homófobos en LGTBI reprimidos, es homófobo en sí mismo?