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If Beale Street Could Talk

La crítica, en general, ha alabado el trabajo de Barry Jenkins en esta adaptación de la novela de James Baldwin (conocido escritor norteamericano -negro y homosexual- por sus obras de calado crítico y social en los ’60-’70), atendiendo a su delicadeza y sensibilidad. Supongo que, en ese aspecto, una película puede parecer más o menos honesta en función del movimiento afectivo creado en el espectador.

En Moonlight (2016), Jenkins ya se acercó a una historia de márgenes (en ese caso, basada en su historia personal) de manera preciosista, asumiendo el riesgo que eso pueda conllevar. La jugada entonces le salió fetén, arrebatándole el Óscar a mejor película a otra gran rival esteta. Ahora vuelve a practicar el ejercicio formal con una historia de amor entre dos jóvenes negros en los ’70, recreando un contexto histórico no superado y quizás, por eso mismo, con cierta responsabilidad latente.

La idea podía parecer buena, aplicar todos esos trucos de virtuosismo de cámara y luz, con una puesta en escena elegante, colorista, sensual, que tiñe de suavidad aterciopelada cada fotograma de un drama romántico en tiempos de asumida y vergonzosa intolerancia. Pero la efectividad de esa dualidad (la misma que representa para Jenkins ser negro en EEUU) se resquebraja, pues la oscuridad deviene tópico, y la luminosidad, efectismo.

Jenkins cuenta una historia que hemos visto cien millones de veces, no pasa nada, pero sus personajes parecen construidos con la misma bidimensionalidad que las fotografías de archivo que nos acompañan en ese doble recorrido marcado por la injusticia: el de Tish y Fonny y el de toda una comunidad de derechos mutilados. El tempo, de lentitud intencionada, provoca sopor y desgana y la elección del cast parece alinearse con el resto (salvando a Regina King, que sobresale de manera flagrante). El fuerte aroma de artificiosidad y estilización a todos los niveles en la búsqueda de una atmósfera sugerente y fiel (ahí es donde me rechina, y mucho) detona inevitablemente ciertas suspicacias a una forma de hacer que ya parece caduca, manoseada. Queda tristeza, sí, ante la pérdida de oportunidad de una historia que merecería ser tratada de manera personal (gracias Spike Lee) y con la enjundia que estos tiempos reclaman.

Así es, If Beale Street Could Talk no me emociona, todo lo contrario, las sensaciones provocadas por la película me impiden verla como una obra moderna, valiente y necesaria, precisamente, por ese esfuerzo de confección de traje a medida para un cuerpo obsoleto (a costa de los retazos de otros y robándole el patrón a Wong Kar-wai).

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