Concebida a modo de masterclass, con una silla de director con su nombre, Varda se sitúa en un escenario frente a un joven público compuesto por estudiantes, e irá alternando éste con otros diferentes, siempre acordes al discurso sobre sus películas, empezando por La pointe courte (su debut de 1955) y probablemente su obra más conocida Cleo de 5 a 7 (preguntando a su público que cuantos la han visto). Y llegando hasta la penúltima Caras y lugares, donde utiliza para esta pieza la despedida que quería darle en aquella, Varda por Agnès también nos da a conocer una parte más ignorada de su obra audiovisual, las videocreaciones e instalaciones para museos, que relaciona con lo que aprendió en Los espigadores y la espigadora.
Siempre más allá de la anécdota, Varda nos explica cómo Cleo pasó de ser observada a observar, con un simple movimiento de cámara, delante de un espejo; también cómo utilizó el sonido en su debut, el por qué de las repeticiones para la escena de encuentro en Uncle Yanco, o cuando, con las dos subidas en un travelling (a propósito de los que utilizó para Sin techo ni ley), Sandrine Bonnaire le “reprocha” su trato durante el rodaje, a sabiendas que la ayudaba a que ahondara en su personaje. Nos adentramos en su obra pasando por el activismo de sus documentales en Estados Unidos (cuando acompañó allí a Jacques Demy), por el feminismo que impregnó en sus películas, por el fracaso que resultó ser Las cien y una noches, o el salto al cine digital que la llevó a Los espigadores y la espigadora… y las claves de su cine, en eso que ella llama “cine-escritura”, nos va llegando así a través de charlas en teatros, exposiciones, travellings, la playa…
Probablemente un film que pasaría por narcisista con otro sujeto, gracias a la cercanía y la humanidad de Varda (ese disfraz de patata…) la masterclass se desarma en sí misma como un didáctico y conmovedor paseo de su mano, inevitablemente triste ahora, pero un gran ejercicio tanto para cinéfilos como para desconocedores de su obra.